viernes, 27 de abril de 2018

EL PODER OCULTO CAP 2

                     CAPÍTULO 2: LEGADO ANCESTRAL

   Después de casi cuarenta minutos de viaje en el auto de mi padre, con un calor sofocante, llegamos a un pintoresco barrio. Estaba repleto de frondosos árboles en las veredas y fragantes jardines.
   Al llegar a un gran chalet con techo a dos aguas de tejas rojas y rodeado por rosas que impregnaban el aire con su aroma, el auto detuvo su marcha y mis padres bajaron. Esbozando una delgada sonrisa mi padre exclamó:
   —Bienvenida a casa, Tamara. Este es tu nuevo hogar.
   Cuando bajé del auto, sentí que un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Por alguna razón, recordé una frase de mi abuela: "siempre prestá atención a las manifestaciones que percibe tu cuerpo. Muchas veces sólo con nuestros cinco sentidos no alcanza, por eso debés mantenerte atenta." Un tiempo después, me daría cuenta de por que la había recordado.
   Mi madre abrió la puerta de entrada y con un gesto me indicó que podía pasar. Al entrar, vislumbré una enorme sala con una imponente escalera de roble que se alzaba majestuosamente ante mis ojos. También, distinguí que habían comprado muebles nuevos. Estos no eran los mismos que los de mi antigua casa. Todos estaban elegidos con el ostentoso, pero delicado gusto de mi madre.
   Quise conocer  el resto de mi nuevo hogar y mi padre me mostró rápidamente y con mucho entusiasmo las demás habitaciones. En la planta baja, se encontraban la cocina-comedor, un baño y la sala. En el primer piso estaban las tres habitaciones, la mía, la de mis padres y en la tercera había un escritorio con un sofá-cama, que podría haberse convertido en una habitación para albergar a mi abuela o a algún otro huésped inesperado.
   Después de que terminé de recorrer mi nueva casa, mi madre me llamó fríamente, desde la planta baja:
   —Tamara desempacá y acomodá tus cosas en tu habitación. Llevate también este mugroso canasto, porque creo que algo empezó a pudrirse dentro de él. Huele muy mal.
   Obedeciendo a mi malhumorada madre, bajé a buscar la canasta y mi papá me ayudó con el equipaje. Cuando llegamos a mi habitación, dejamos las cosas sobre la cama. Él me dio un beso en la frente y antes de irse añadió:
   —Espero que seas muy feliz aquí. Hay un colegio cerca y te anotamos en él. Con tus excelentes calificaciones te aceptaron enseguida. El hijo de la nueva amiga de tu madre va a ser tu compañero —antes de que pudiera decir palabra alguna continuó —. Sí, a mí también me sorprendió que ella tenga una amiga con la cual se lleve bien.
   Ambos reímos al mismo tiempo y al cabo de unos segundos con una expresión pensativa mi padre agregó:
   —Es un joven algo peculiar, siempre está vestido de negro. Será la moda de este barrio o quizás la época.
   Mi padre se marchó cerrando la puerta al salir. Por fin, estaba sola... bueno, no tanto. Observé con asombro que la canasta se sacudía sobre mi cama. Cuando la abrí saltó a mis brazos Samanta, la gata de angora negra y gorda de mi abuela quien casi logró derribarme.
   Me preguntaba por qué mi abuela me había obsequiado a su mascota. Era una de sus posesiones más preciadas y cómo era posible que la gata hubiese permanecido inmóvil durante tanto tiempo.
   Pude ver en el fondo de la canasta un sobre cerrado con mi nombre escrito con la letra estilizada de mi abuela. Lo abrí. Tomé la carta y comencé a leerlo:
"Querida Tamara:
                           Seguramente, ya no estaré contigo cuando leas esto. Sé que puedo confiarte lo que voy a escribir en esta carta. Como un último favor te pido que no cuentes nada de lo que vas a leer. Pues, no sólo no consolarías a tu padre, sino que también te perjudicarías a vos misma.
   Seguramente, te habrás dado cuenta de que no soy una abuela normal y que nunca pretendí serlo. En nuestra familia, se ha transmitido una herencia mágica que es legada sólo a los descendientes que son dignos de merecerla. Por este motivo, lo heredarás vos y no tu padre. Porque, aunque Alan es una buena persona y tiene un gran corazón, el poder lo cautivaría y lo convertiría en un ser oscuro.
   Cuando vuelvas a la isla, tendrás que buscar sobre las vigas del techo y esconder el libro que vas a encontrar allí, para que nadie lo vea. En él, está escrito el conocimiento que por generaciones, nuestros ancestros fueron adquiriendo.
   Podrás utilizar lo que se encuentra escrito allí para ir incrementando tu poder. Comenzá haciendo experimentos sencillos y vas a darte cuenta poco a poco de tu potencial.
   Empezá siguiendo las instrucciones escritas. Con el tiempo, tu propio espíritu le dictará a tu conciencia los pasos a seguir.  Vas a aprender  que somos parte de un todo y somos los receptores de la información universal.
   Hay cosas que vos sola vas a descubrir, aquello que nadie puede legarte, ni deberás legárselas a nadie. Como por ejemplo: el nombre del ser superior y cómo interactuar en la forma más óptima con los espíritus elementales. Aquello que creas que puede ser transmitido para las futuras generaciones, a las que ya amás antes de que nazcan, escribilo en el libro. Ellos harán lo mismo a su debido tiempo.
   Querida, me hubiese gustado que juntas hubiésemos aprendido. Ya que nunca es tarde para aprender. Lamentablemente, no estabas lista antes para esto, porque eras muy pequeña y recién comenzabas a vivir. Ahora que lo estás, yo debo marcharme. Antes, dudaba de que tuvieses ya desarrollada la fuerza mágica, pero me di cuenta de que vas a ser muy poderosa.
   Cuando me dijiste en la isla que habías visto a una mujer y escuchado el llanto de un gato, lo supe. Porque, aquello que  percibiste, en realidad era una banshee, una criatura espectral que presagia la muerte. Pocos son los no entrenados que las perciben. No les tengas miedo, ya que hay conjuros que las mantienen alejadas, aunque no durante muchos días, si te están buscando. Si sabés que viene por vos, porque lo sabrás, no dejes que sea ella quién te lleve. Si una banshee logra matar a una bruja, esta se convertirá en banshee y estará siempre buscando ser alimentada de la energía que libera el temor a la muerte.
   Cuando llegue tu momento, buscá ayuda en los espíritus elementales, quienes te guiarán por los confines de la tierra hasta que llegues a otro plano de existencia. Yo recurriré a los elementales del agua, las Ondinas siempre fueron mis predilectas, por eso, siempre me rodee de agua y voy a elegir que ellas me guíen.
   Cuidá bien a Samanta que va a ser de gran ayuda para que descubras muchas cosas. Entre ellas, el poder de diferenciar criaturas que estén del lado de la luz o de la oscuridad. Tratá siempre de no dañar a nadie, aunque muchas veces eso no sea posible, porque lo que a veces favorece a algunos puede estar dañando a otros. Hay un equilibrio cósmico. De todas formas, intentá que tus acciones sean bien intencionadas en todo lo que hagas y el universo se encargará de lo demás.
    No debés comentar con nadie esta carta, salvo quizás, con alguien que ya sepas que se ha iniciado. De todas formas, debés tratar de no dar demasiada información de lo que sabés o aprendés, pues podría llegar a volverse en tu contra.
   Siempre voy a estar cuando me necesites, aunque no me puedas ver. Ya encontrarás la forma de comunicarte conmigo.
    Tal vez, no entiendas esto ahora. A su debido tiempo lo comprenderás: "Uno significa sí, dos o más no"

                                                       Te amo."

    No estaba segura si era cierto lo que acababa de leer o una broma de mal gusto de mi abuela. Yo esperaba que así fuese, porque si no lo era, significaba que mi abuela iba a morir.
   Una horrible sensación de frió se extendía lentamente por todo mi cuerpo. Decidí tranquilizarme. Escondí la carta debajo del colchón e intentando adoptar una postura serena me dirigí hacia la cocina en donde se encontraba mi padre tomando mate y untando tostadas con dulce de leche.
   Me senté junto a él y con una voz de tranquilidad fingida que no parecía ser mía le pedí:
   —Papá, ¿la podes llamar a la abuela?
   Con la boca llena, me respondió:
   —Sí, pero la acabamos de ver. ¿Te pasa algo?
   —Es que... la vi mal, quería que le preguntes cómo se siente.
   —Me estás preocupando. Ahora la llamo —dijo poniéndose de pie.
   Ambos nos dirigimos a la sala donde se encontraba el teléfono. Mi papá tomó el tubo y marcó. Después de casi diez minutos de intentos frustrados, comenzó a preocuparse. Yo estaba intentando contener las lágrimas que amenazaban con escapar de mis ojos. En ese momento, entró mi madre y me dijo:
   —Tamara, ¿me podrías ayudar en algo e ir a comprar pan?, ya que me olvidé. Si no, no va a haber para el almuerzo.
   Asentí con la cabeza y eché una tímida mirada a mi padre que estaba marcando por enésima vez. Él dijo:
   —Voy a intentar una vez más y si no logro conseguir llamaré a Pefectura. Tranquila mi vida. Ahora, andá al almacén que está acá a la vuelta, enfrente de la plaza. El pan de ese lugar es muy rico.
   Tomé la llave y abrí la puerta por primera vez. Crucé el jardín y me dirigí hacia la plaza en donde vi unos hermosos cachorritos que jugaban. Estaba tan distraída observándolos mientras caminaba que choqué bruscamente con alguien y juntos caímos al suelo.
   Cuando levanté la vista, pude ver a un muchacho íntegramente vestido de negro. Sus profundos ojos grises me miraban con fastidio. Se acomodó su lacio y oscuro cabello. Se sacudió la ropa y extendió su mano hacia mí para que pueda incorporarme.
   Tomé su mano y le supliqué:
   —Perdoná. No te vi. Estaba distraída. No fue mi intención...
   Dibujó una media sonrisa en su pálido rostro y sin decir palabra alguna se marchó, dejándome sola y abochornada.
   Después de comprar el pan, mientras volvía a cruzar la plaza, vi a mi abuela parada en la esquina. Me saludó desde lejos y dobló en dirección a mi casa. Corrí, tratando de alcanzarla, pero al llegar, ya no estaba allí. Pensé que debía haber entrado en casa.
   Abrí la puerta y la llamé:
   —Abuela... Abuela... — ,pero enmudecí al ver la triste imagen de mi padre llorando y abrazando a mi mamá. Definitivamente, mi abuela no se encontraba allí.
    Con voz tenue pregunte:
   —¿Qué pasa?
   Mi madre casi en un suspiro respondió:
   —Nos informaron los hombres de Prefectura que encontraron la lancha de tu abuela con sus zapatos y su cartera en medio del Río de la Plata. En la cartera había una nota que decía: "No culpen a nadie. Esta es mi última decisión. Los amo. Cuídense".
   No podía ser cierto. Mi abuela estaba viva. Yo acababa de verla y ella me había saludado.
   —Pero, yo la vi mamá. La abuela está bien. Tiene que estar bien, si venía para acá...
   Mí mamá me interrumpió:
   —Tamara, debe haber sido tu imaginación. No tuvo tiempo de haber llegado y… la nota... Repitió la historia de su madre....
   Rompí a llorar dejando caer en el suelo la bolsa con el pan. Recordé la carta que me había dejado. Ella había ido a buscar el amparo de los elementales del agua.
   Subí corriendo las escaleras y me encerré en mi habitación. Abracé a Samanta y leí la carta unas cien veces.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 20 de abril de 2018

EL PODER OCULTO CAP1


             CAPÍTULO 1: ALARIDO ESPECTRAL

    Nuevamente, estaba dando vueltas en la cama. Era la quinta noche en la que no podía dormir. Cada vez que lograba conciliar el sueño me despertaba un maullido  desgarrador.
    Posiblemente, fuese algún gato perdido. Pensé en salir para ver si lograba encontrarlo. No lo había visto aún, pero el ruido me estaba volviendo loca. A medida que pasaban los minutos, lo oía más fuerte y cercano. Seguramente, debía ser el cansancio que hacía que mis nervios estuviesen jugándome una mala pasada, después de tantos días sin  poder descansar bien.
   No me explicaba cómo un gato había logrado llegar hasta allí, a la casa de mi abuela, que estaba en el medio de una de las numerosas islas del Delta. Esta era pequeña y estaba perdida entre tantas otras. La rodeaban pequeños canales y un sinnúmero de arroyos. Para salir de allí, debíamos hacerlo en una lancha. Además, no había vecinos cerca porque toda la isla era de mi familia y el brazo principal del río estaba bastante lejos.
    Generalmente, se oía el silencio y sólo el silencio. Desde siempre, lo consideraba una de las poesías más bellas de la naturaleza y por eso y por lo mucho que yo quería a mi abuela había ido a pasar las vacaciones con ella. Mientras tanto, mis padres buscaban una nueva casa en la Ciudad de Buenos Aires.
   Hasta ese momento, estábamos viviendo en las afueras, pero mi papá había conseguido un nuevo trabajo en el centro y quedaba a muchos kilómetros de donde habitábamos ahora. Sabía que iba a extrañar a todos mis amigos y a mi escuela, ya que también me iban a cambiar.
     Quizás, toda la ansiedad que tenía era la causa por la cual no podía conciliar el sueño. Pensé en levantarme e ir a buscar un plato con leche para darle a ese molesto gato. Creí que tal vez tuviese hambre y que por eso lloraba. Imaginé que seguramente había llegado sobre algún leño accidentalmente. Si así había sido, era casi un milagro que estuviese con vida, ya que la corriente era muy traicionera.
   El río siempre se comportaba como un animal salvaje. Podía ser pacifico y tranquilo, como también el más fuerte y bravío, dependiendo  del día y  del viento. Estas eran cosas que fui aprendiendo después de quince años de pasar todos los veranos en la isla. Nadie puede estar seguro de cómo va a comportarse la naturaleza. Así, aprendí desde pequeña a respetarla, a temerle y a amarla.
   Estaba convencida de que quedaba algo de leche en la heladera. Pensé que sería mejor calentarla un poco. No quería que le hiciera mal al animal si estaba muy fría. Como el llanto era semejante al de un niño pequeño, era posible que se tratase de un cachorro. Creí que si así era, tal vez me hubiesen dejado quedarme con él y Samanta, la gata de mi abuela, lo hubiese podido  cuidar.
   Vi un resplandor en la cocina. Había una llama encendida. Estimé que sería mejor que me apresurase para que no se quemase nada con ella. Consideré que podría ocurrir una tragedia ya que toda la cabaña era de madera. Por suerte, sólo se trataba de una vela encendida. Me llamó la atención la llama. Estaba agitada, como danzando con un viento inexistente. Me preguntaba por qué mi abuela había dejado esa vela blanca allí. Posiblemente un rato antes se hubiese cortado la luz y yo no me había dado cuenta. Supuse que era posible que ella con su avanzada edad  se hubiese olvidado de apagarla. ¡Qué equivocada que estaba en ese entonces!
   Percibí un agradable perfume. Era el delicioso aroma de los azahares que había dejado mi abuela en un hermoso jarro con agua junto a la vela. Con el calor, se había intensificado su fragancia y se impregnaba en todo el recinto. Decidí prender la luz y apagar la vela. En el momento en que un profundo suspiro exhalado por mis labios extinguió la llama, un alarido profundo y aterrador que parecía proveniente de un alma que vaga sin rumbo ni destino, perdida en la oscuridad de la noche, hizo que se me erizara la piel. No parecía el llanto de un gato. De todas formas, esperaba que si era un animal lo que se encontraba afuera no se hubiese lastimado.
   De pronto, con el rabillo del ojo divisé el contorno de una mujer. Cuando giré la cabeza y agudicé la vista, ya no había nadie. Corrí a buscar protección a la habitación de mi abuela. Con voz temblorosa le susurré:
   —Abuela, rápido levantate. Me pareció ver a alguien afuera.
   —Ya pasó querida, fue sólo una pesadilla —respondió entre sueños.
   —No te duermas abuela. No fue una pesadilla. Ya van cinco noches que no duermo bien por el maullido del gato —insistí.
   —¿Ya es la quinta noche....?. Vamos a la cocina, tenemos que hablar —dijo sobresaltada.
   Al llegar a la cocina, mi abuela empalideció. Parecía que hubiese visto un fantasma. Me miró seriamente y casi sin voz, me preguntó:
   —La vela... querida, ¿vos apagaste la vela?
   Su mirada se tornó sombría y sus ojos negros reflejaron la oscuridad de la noche.
   —Sí, abuela, yo la apagué, para que no se incendiara la casa... Acaso, ¿hice mal?
   No estaba segura si me había escuchado. Sólo después de unos instantes, que a mí me parecieron tan largos como una eternidad, tornó sus ojos hacia mí y me dijo:
   —No... no hiciste mal. Nadie puede cambiar el final del camino...
   — ¿De qué estas hablando abuela? No te entiendo —pregunté confundida.
   —La vela de todas formas se hubiese apagado sola, en algún momento.
   No pude reflexionar en ese entonces en sus palabras, porque en ese instante otro ensordecedor grito me estremeció. Volví a pensar en que quizás, un animal hambriento necesitase ayuda, pero yo creía haber visto a una mujer y eso me asustaba. Aunque, posiblemente hubiese sido tan sólo mi propia imagen reflejada en la ventana, no quería salir sola. Le rogué a mi abuela:
   —¿Me acompañás a darle leche al gato que llora? Debe tener hambre y no quiero ir sola. Estoy casi segura de que vi una mujer afuera, aunque pudo haber sido mi propio reflejo.
   —No... no salgas... no creo que eso que llora sea un gato. Ni que aquello que viste sea una mujer.
   —Pero, ¿creés que pueda haber alguien afuera? —pregunté alarmada.
   —Va a ser mejor que no salgamos. Vení a dormir a mi habitación. Hoy va a ser la última noche que escuches ese llanto junto a mí. —respondió mi abuela con voz solemne, aunque intentara sonar tranquila.
    Observé intrigada que ella mezclaba el agua del jarrón que contenía los azahares con un puñado de sal fina. Con mucha suavidad, volcaba la mezcla por el contorno de la ventana. Sin poder contenerme, le pregunté:
   —¿Por qué tirás agua con sal en la ventana?
   —Para espantar... a las babosas. En el Delta hay muchas y se comen las plantas —explicó.
    No pude creerle, pero sin agregar una sola palabra más, ambas nos fuimos a acostar.
    A la mañana siguiente, después del desayuno, mi abuela me dijo que había llamado a mis padres para que me viniesen a buscar. Yo no entendía por qué había hecho tal cosa.
   Supuestamente, yo iba a quedarme con ella hasta que terminasen las vacaciones y eso sería recién en marzo. Faltaba mucho tiempo aún para nuestra despedida, puesto que recién comenzaba diciembre. No llevaba ni una semana con ella y ya quería deshacerse de mí. Estaba indignada y a la vez molesta.
   Decidí preguntarle el motivo de su accionar y mi voz sonó quebrada cuando lo hice.
   —¿Por qué llamaste a papá para que me venga a buscar? Yo quería quedarme todo el verano con vos. ¿Hice algo que te molestase? ¿Fue acaso, por lo que ocurrió anoche? Pensé que te gustaban los gatos, porque tenés a Samanta...
   —No, querida. No es nada que hayas hecho. Tan sólo, surgió algo inesperado y me voy a tener que ir. Pero, no te preocupes, después voy a ir a despedirme. Tus papás me dijeron que ya compraron la casa nueva. La próxima vez que vengas, vas a encontrar el regalo más maravilloso que puedas imaginar, era de mi abuela. Ella se lo obsequió a mi madre, mi madre a mí y ahora, lo dejaré en tus manos. No le vayas a contar nada de esto a tu padre. Nunca debe saberlo, ni siquiera cuando yo no esté. Prometémelo Tamara —dijo clavando sus ojos en los míos.
   —Está bien. Te lo prometo abuela, pero... ¿Por qué papá no tiene que saberlo? —pregunté.
   —Para que no se ponga celoso. Él sabe que lo quiero. Alan es así, no le gusta que no lo tomen en cuenta. Querida, quiero que sepas que hay cosas que sólo alguna gente conoce y que nadie más puede hacerlo. En muchos casos, ni siquiera las personas que más amamos. Es importante ser discretas, pero no misteriosas. El misterio y la discreción parecen ir de la mano, pero si uno se pone a pensarlo bien, son cosas muy diferentes. Yo diría más bien que son casi opuestas.
   —Bueno, está bien, nadie lo va a saber —le prometí a mi abuela mientras cruzábamos el parque que rodeaba a la cabaña.
   Antes de subir a la lancha me aconsejó:
   —Lo que vas a encontrar te va a cambiar la vida. Tené cuidado, puede ser tan bueno como peligroso. Por eso, te tiene que quedar claro que siempre hay que buscar el conocimiento, para que no te esclavice la ignorancia. Sólo así conseguirás el poder. Recordalo bien, porque de esto se trata nuestra existencia. Nunca uses el poder para someter a quienes no lo poseen y tampoco te conviertas en una esclava de su encanto. Enseguida vuelvo, me estoy olvidando una cosa dentro de la casa.
   Mi abuela siempre había sido enigmática para dar consejos. Nunca entendí muy claramente lo que quería decir. Desde que era muy pequeña me instruía con este tipo de cosas y a mí me encantaba escucharla. Después de unos minutos, regresó con una canasta de mimbre en la que usualmente recogía flores silvestres de la isla.
    Me moría de curiosidad por saber qué era lo que llevaba en la canasta, pero me limité a sonreírle y a esperar que se sentase a mi lado en la lancha. Había aprendido, después de muchos años con ella, a respetarla en sus silencios. En ese momento, sabía que si ella hubiese querido que yo supiese lo que guardaba en la canasta de mimbre ya me lo habría dicho. Si yo le preguntaba, seguramente hubiese dicho,  "todo llega a saberse a su debido tiempo".
   Una vez en la lancha, hice lo que siempre hacía cuando viajaba con mi abuela por el Delta. Me dediqué a observar los destellos de luz dorados que se formaban como si fuesen trazos de un majestuoso cuadro pincelado por el sol. En ese momento, no sabía por qué, pero por primera vez desde que conocía el río, no lo sentía de esa manera. Lo percibía como si fuesen lágrimas doradas que derramaba un manantial de luz.
    Permanecí inmóvil observando el río durante un largo tiempo. Cuando levanté la mirada distinguí a mis padres que estaban saludándonos desde el muelle. Me preguntaba, si mi abuela bajaría para saludarlos, ya que la última vez que se había encontrado con mi madre se habían disgustado. Decidí preguntarle:
   —Abuela. ¿Vas a bajar?
   —Sí, querida. Quiero darle algo a tu papá —respondió dibujando una sonrisa picarona en su rostro.
   —Cuidado al bajar porque hay muchos tablones flojos y esa canasta es bastante pesada. Si querés, te ayudo —le dije cuando arribábamos al muelle.
   —No, gracias, querida. Yo puedo sola... ¡Alan vení a ayudar a tu pobre madre a bajar de este monstruo acuático! —gritó mi abuela al ver que se acercaba mi padre.
   —Vos siempre con tus ocurrencias mamá, "monstruo acuático". Nunca se te acaba la imaginación —dijo mi papá soltando una carcajada mientras mi madre fruncía los labios.
   —Te ayudo. Por cierto, ¿qué traés en esta canasta? Pesa una tonelada —le preguntó mientras reía.
   —Es un regalo para Tamara —rspondió ella dándome un codazo en el estómago que me dejo sin aire durante unos segundos.
   —¿Un regalo para mí?, ¿qué es abuela? —pregunté con curiosidad.
   —Es algo muy importante que te indicará algunas pautas del bien y del mal. Prometeme que lo vas a abrir en tu casa y en tu cuarto. Espero que quede algo bien claro, esto es para Tamara y sólo para ella. Le gustó mucho cuando estuvo en casa y quiero que se lo quede. No voy aceptar devoluciones. Te lo digo a vos Raquel.
   Estaba segura de que mi mamá estaba pensando en ese momento, "mi suegra es una bruja". Pero, yo sentía que quería un poquito más a mi abuela.
   Nadie se atrevía a desafiar a mi madre, exceptuando obviamente mi abuela. Estaba segura de que si otra persona le hubiese dicho eso a mi mamá, ella hubiese hecho saltar hasta a los peces del agua. Pero, siendo mi abuela quien se lo decía, se limitó a echarle una mirada desafiante.
    Mi abuela apoyó la canasta sobre el muelle y saltó a los brazos de mi padre. Era la primera vez que la veía abrazarlo de ese modo. Estaba segura de que mi papá también se había dado cuenta. Me miraba asombrado. Luego, apartó la vista y miró al piso. Cerró fuertemente los ojos y la abrazó también. Ella no podía contener las lágrimas. Sus ojos, tan negros como los míos reflejaban el dolor de su alma. En ese momento, yo ignoraba el por qué de su pena. Era la primera vez que la veía llorar.
   Los observé durante unos instantes. Luego de separarse, se miraron profundamente. Mi abuela parecía querer decir algo sumamente importante, pero sólo se escuchó el susurro de las ramas acariciadas por el viento y el rítmico sonido de el agua que azotaba la quilla del barco.
   Ella seco sus lágrimas con su pañuelo. Nos besó a mi padre y a mí e ignorando por completo a mi madre, quien la miraba con un profundo odio, dio media vuelta, subió a la lancha y sin mirar hacia atrás se alejó en el río.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 13 de abril de 2018

SUCESO INESPERADO


   El timbre resonó en todo el salón, indicando el final de aquella tediosa jornada escolar. Damián se apresuró a guardar sus útiles y se echó la mochila al hombro con destreza. En general, le gustaba el colegio, sin embargo había algo en la voz de su anciano profesor de historia que hacía que las horas pareciesen eternas. Era imposible evitar entrecerrar los ojos por el peso del aburrimiento.  
   Aguardó de pie unos segundos hasta que los estudiantes terminaron de dispersarse hacia la salida. Nunca había tenido muchos amigos. Su relación con los demás era más bien formal y por elección propia, solía pasar los recreos leyendo en algún banco del patio.
   Una vez en la calle, saludó con un gesto a un grupo de conocidos y se dispuso a hacer el recorrido que realizaba de lunes a viernes. Se preguntó en qué momento se había vuelto tan rutinaria su vida y como si con sus pensamientos lo hubiese invocado, algo completamente inesperado aconteció.
   Un hombre de mediana edad cruzó la calle esquivando algunos coches que se habían detenido sobre la línea peatonal en el semáforo. Algo en su rostro le resultaba familiar, aunque no recordaba exactamente dónde lo había visto antes.
   —¿Eres Damián Arias? —preguntó el hombre deteniéndose a unos pasos de donde él se encontraba.
   Él asintió con la cabeza preguntándose quién era aquella persona y cómo podía conocer su nombre.
   —Soy Guillermo y creo que podría ser tu padre —agregó mordiéndose levemente el labio inferior, un gesto que Damián también solía hacer cuando se sentía incómodo o estaba nervioso.
   Él nunca había conocido a su progenitor y su madre siempre se había mostrado evasiva con ese tema. Estaba completamente paralizado y en su mente se arremolinaban un centenar de preguntas que no se atrevió a formular en voz alta. ¿Ese hombre sería su verdadero padre? ¿Por qué habría esperado tanto para conocerlo? ¿Por qué lo habría abandonado? ¿Por qué su madre nunca habló de él?
   —Tu madre me dejó estando embarazada. En ese momento éramos jóvenes y yo no tenía trabajo. Supongo que pensó que yo no sería más que una carga para ella. La llamé unos meses después, pero me dijo que habías muerto y que no volviera a llamar. Lamentablemente, no dudé de su palabra. Hace algunas semanas, la busqué en Facebook como “Lucía Arias” y fue entonces cuando vi tus fotos y descubrí que estabas vivo. Gracias al uniforme pude averiguar a que escuela ibas y he estado buscando el momento adecuado para poder conocerte —. Hablaba rápidamente con la mirada fija en sus zapatos de gamuza.
   —Lucía es mi madre —confirmó, intentando buscar similitudes en el rostro de quien supuestamente era su padre. Tenía los ojos color avellana y el cabello castaño desordenado igual que él, pero mayoritariamente Damián había heredado las facciones de su madre.
   —¿Me permites invitarte a tomar un refresco? Serán sólo unos minutos, para que podamos conocernos un poco. Lucía no tiene por qué saberlo —agregó Guillermo con una sonrisa tímida de los labios.
   —Claro —. Damián nunca había sido muy expresivo, pero en ese momento deseaba poder encontrar las palabras adecuadas. Realmente quería saber todo lo posible acerca de su padre. ¿Cuál era su apellido? ¿A qué se dedicaba? ¿Tenía otra familia? Pero, la emoción y el temor a lo desconocido lo invadían por completo y no lo dejaban pensar con claridad. Aunque muchas veces había imaginado un encuentro con él, lo había tomado por sorpresa y una parte suya quería salir corriendo. Además, estaba furioso con su madre quien lo había privado de poder tener una familia normal como la de muchos de sus compañeros.
   Padre e hijo comenzaron a caminar, uno junto al otro, por primera vez en sus vidas. Damián se preguntaba cómo sería tener un padre. Quizás podrían seguir viéndose a escondidas de Lucía cada día después de la escuela.
   —¿Cuál sería mi apellido si…? ¿Cómo es tu apellido? —preguntó finalmente llenándose de valor.
   —Te hubieras llamado Damián Pérez —respondió colocando una mano en el hombro de su hijo —. ¿Quieres que tomemos algo aquí? —señaló una pequeña cafetería casi vacía.
   Damián asintió con la cabeza y ambos se sentaron en una de las mesas con sombrillas verdes ubicadas sobre la vereda. Un momento después, estaban bebiendo jugo de naranja y hablando como si se conociesen de toda la vida. Guillermo le contó que era soltero, que se había graduado de abogado y que vivía en un bonito apartamento en el centro con su perro, pero más que nada se interesó por saber sobre su Lucía y sobre él. Le preguntó acerca del colegio, de sus aficiones, de sus amistades y sobre cada pequeño detalle de su vida.
   Siempre había sido tímido y le costaba trabajo hablar con las personas, pero su padre se había ganado su confianza y parecía fascinado con todo lo que él le decía. Por primera vez en su vida se sentía cómodo siendo el centro de atención. Ni siquiera le había molestado cuando el hombre había comenzado a tomarle fotos con su celular. Usualmente a Damián no le gustaba salir en fotografías, pero era el momento más importante de sus vidas y los adultos tendían a querer inmortalizar ese tipo de situaciones.
   Después de media hora, Guillermo consideró que era mejor que Damián regresase a su casa para que Lucía no se preocupase. Se despidieron con un emotivo abrazo y la promesa de volver a verse al día siguiente.
   Mientras regresaba, caminando en soledad, se reprochó a sí mismo que no hubiesen intercambiado sus números telefónicos. Cuando tomó el celular de la mochila suspiró con fastidio al descubrir que tenía quince llamadas perdidas de su madre. Sólo se había retrasado media hora. Cómo es que aún no se había dado cuenta de que ya no era un niño y de que tenía derecho a tener una vida social.
   Al abrir la puerta de entrada, Lucía se abalanzó a sus brazos llorando. Damián no podía creer lo melodramática que podía llegar a ser su madre.
   —¿Estás bien? ¿Te lastimaron? —preguntó ella separándose entre sollozos y pasándose la mano por sus mejillas coloradas —. Dejé los treinta mil pesos en el contenedor de basura, como me dijeron.
   —¿Qué? —Damián estaba atónito y no entendía de qué estaba hablando.
   —Sí, cuando me mandaron el primer mensaje los secuestradores pensé que se trataba de una broma de mal gusto, pero cuando me mandaron las fotografías con la fecha de hoy casi me muero. Tomé todo el dinero que tenía en casa y las joyas y lo dejé todo en el contenedor de basura. No sabía si sería suficiente. Cuando me dijeron que te habían liberado, todavía no respondías a mis llamados, así que no sabía si avisar a la policía o no, porque me amenazaron con matarte si le decía a alguien —. Lucía, volvió a abrazar a su hijo.
   —Pero, yo estaba con mi papá —dijo apenas con un hilo de voz, sintiéndose engañado y vacío por dentro.
   —¿De qué estás hablando Damy? Cuando yo decidí tenerte, no tenía pareja, así que recurrí a una clínica de inseminación. No te lo dije antes porque eras chico y no lo ibas a entender.
   Una lágrima solitaria se deslizó por el rostro de Damián. Cerró los ojos fuertemente conteniendo la rabia y la decepción que sentía en su interior.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

viernes, 6 de abril de 2018

SECUESTRO


   Aquel lunes de mayo, la niebla se deslizaba por las calles de la ciudad como una helada alma en pena y empañaba las gafas de baquelita de Alberto. No valía la pena sacar las manos entumecidas de los bolsillos con el único fin de ganar un poco de visibilidad. 
   Los treinta años que Alberto llevaba trabajando en la estación de servicio habían sido tan solitarios y rutinarios como su vida misma. Se había acostumbrado o más bien resignado a regresar a su casa antes de las seis de la mañana.
   Antaño, había soñado con hacer una carrera y formar una familia. Hoy en día, se contentaba con una sopa caliente al amanecer y una mañana de sueño profundo. Con eso iba fantaseando hasta que el sonido de las ruedas de un auto frenando sobre el pavimento húmedo lo hizo detenerse en la esquina por la que acababa de doblar.
   A cien metros de donde se encontraba, un vehículo del color del musgo se detuvo por completo y de él bajaron dos personas que no se molestaron en cerrar la puerta trasera. Algo en ellas hizo que los vellos de su nuca se erizaran. En ese momento reparó en que había alguien más en la vereda que al igual que él se había quedado petrificado.
   Entrecerró los ojos para observar lo que estaba sucediendo. Nunca, en sus casi sesenta años de vida había sido testigo de algo semejante. Los hombres del auto estaban forcejeando con la persona que estaba en la vereda e intentaban arrastrarla hacia el interior del coche.
   Estaba siendo testigo de un secuestro. Tenía que salir de allí cuanto antes, mas sus piernas no respondieron a la orden de su cerebro. Antes de que el pobre hombre desapareciera en la parte trasera del vehículo, clavó sus ojos en el rostro de Alberto. No había dicho palabra alguna y a pesar de no poder distinguirlo bien a causa de la niebla y la distancia, estaba claro que esperaba que lo ayudase.
   Uno de los secuestradores no había ingresado al auto y se había vuelto de repente deteniendo su mirada en Alberto, quién giró y comenzó a correr tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Dobló por un montón de esquinas y cruzó numerosas calles sin mirar por donde iba. Parecía que su corazón iba a escapar de su pecho y sólo se detuvo cuando las luces del amanecer lo hicieron reparar en que había estado corriendo por muchísimo tiempo.
   Regresó a su casa sin decirle a nadie lo que había visto. Su forma de ser había terminado por apartar a todos aquellos que podrían haberlo querido y el resto habían fallecido hacía tiempo, pero aunque hubiese tenido a alguien, consideraba que no podía ser una buena idea comentar lo que había visto.
   Esa mañana no pudo dormir y tampoco descansó bien el resto de la semana. Sólo salía para ir a trabajar y lo hacía por caminos alternativos aunque eso implicara caminar algunas cuadras de más. El fin de semana también se quedó encerrado en su casa y sólo fue al almacén de la esquina en una ocasión para abastecer su heladera. 
   El lunes cuando Alberto salió del trabajo se convenció a sí mismo que era iluso por su parte continuar asustándose cada vez que escuchaba la frenada de un auto, en especial trabajando en una estación de servicio. Se armó de valor al final de su turno y optó por volver a su casa siguiendo el camino que hacía habitualmente antes de aquel suceso inesperado. 
   Hacía frío y la ciudad volvía a estar envuelta por una densa mata de niebla blanca. Se detuvo tan sólo por un segundo para buscar en su bolsillo el trozo de franela naranja que utilizaba a menudo para limpiar sus gafas y no fue capaz de reaccionar cuando el auto que lo había estado aterrorizando en su memoria, se detuvo a apenas unos pasos de lugar en donde se encontraba. 
   Dos personas bajaron a toda prisa y lo aferraron con fuerza por los codos. Intentó resistirse, pero el agarre era demasiado fuerte y lo arrastraron por el aire como si no pesara más que un niño.
   Apenas pudo ver como el cristal de sus gafas se fragmentaba al encontrarse con el suelo. Miró a su borroso entorno desesperado y pudo distinguir a alguien observándolo desde la esquina. Le rogó al desconocido con los ojos y las mejillas llenas de lágrimas, pero era demasiado tarde. La puerta trasera se cerró después de que lo arrojaran al interior y en ese momento la voz de uno de sus captores mencionó que había alguien observando en la esquina.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

OBRA GANADORA COMO MEJOR RELATO CORTO EN MEGUSTAESCRIBIR DE ESPAÑA EN 2017

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