domingo, 19 de noviembre de 2017

ENTRE CENIZAS (Colección de cuentos EL PERIODISTA)


   Matías se había recibido de periodista hacía unas pocas semanas y durante el último año había estado trabajando como pasante para una revista local bastante conocida. El sueldo era bajo, pero la promesa de que se lo duplicaran si llegaba a quedar efectivo lo había llevado a tener que despedirse casi por completo de su tiempo libre y escasa vida social.
   El plazo del contrato que él y cuatro jóvenes más habían firmado cuando estaban por finalizar su último año de carrera estaba a punto de terminar. Matías era consciente de que quizás, sólo uno de ellos tendría la posibilidad de renovarlo.
   Había estado fantaseando durante toda la semana con una felicitación por parte de su jefa y un merecido reconocimiento por haber estado trabajando más duro que sus demás compañeros. Él cumplía con esmero todo lo que le pedían. A pesar de que no le correspondiera preparaba café, atendía llamadas y redactaba notas que ni siquiera figuraban con su nombre.
   Ese día, Matías estaba corrigiendo la mala redacción de un renombrado periodista cuando todos los pasantes fueron convocados a la oficina de Viviana Guzardo, jefa de redacción.
   No era el único que intentaba disimular su nerviosismo. Una de sus compañeras había comenzado a raspar el esmalte saltado de sus uñas y otro de los periodistas se mordía el labio con el ceño ligeramente fruncido.
   Los cinco parecían petrificados tras la puerta cerrada de la oficina, donde posiblemente se daría a conocer el nombre del afortunado que conservaría su empleo con el consecuente despido de los demás.
   Matías quería independizarse. Deseaba poder mudarse de la casa de sus padres, donde vivía con sus tres perros y sus dos hermanos menores. Para lograrlo, era necesario ganar un sueldo suficiente con el cual poder costear sus gastos personales y pagar un alquiler.
   Como nadie parecía reaccionar, Matías se armó de valor y golpeó tres veces la puerta de madera. Un instante después, Guzardo, con su voz grave de fumadora, les indicó que podían entrar.
    –Los cité a todos acá, para agradecerles por haber trabajado con nosotros. Quisiera pedirles a Matías y a Gastón que se queden un momento. Los demás pueden pasar por tesorería para retirar el cheque por los días que trabajaron este mes. Para todos habrá una carta de recomendación ya que han tenido un excelente desempeño –dijo sin rodeos la mujer de mediana edad detrás de un escritorio cubierto con papeles desordenados.
   Matías no pudo evitar sonreír ante la idea de que lo hubiesen escogido para el puesto e intentaba elaborar en su mente las palabras adecuadas para agradecer la oportunidad que le brindaban. 
  Después de que sus compañeros se retiraron, ella les explicó que podían continuar con la pasantía durante dos meses más y que quizás,  alguno de ellos podría efectivizar su puesto en cuanto regresaran de los destinos que les serían asignados si aceptaban.
   La sonrisa de Matías se esfumó en ese mismo instante. Conservar su empleo en las mismas condiciones que antes durante un par de meses más, significaba sólo una victoria a medias. Seguirían cobrando la mitad de un sueldo normal y tan sólo pospondrían un poco más la tensión de no saber qué les depararía su situación laboral cuando terminara ese lapso de tiempo.  
  –Necesito dos cronistas para el verano. Uno va a ir a la costa y otro a la Cordillera en busca de notas de interés público –dijo la jefa de redacción observando primero a Gastón y luego a Matías –. Serán acompañados por un fotógrafo pasante.
   Tras una pausa continuó:
   –Gastón, te sugiero elegir la costa. Con tus ojos azules y la piel bronceada no va a ser difícil que consigas notas en Mar del Plata. Matías, podés ir a Caviahue-Copahue. Allí hace frío, incluso en enero, por lo tanto, vas a tener que llevar abrigo. Pueden redactar todo tipo de notas e incluso puede que algunas se publiquen firmadas con sus nombres en la próxima edición.
   Ambos querían conservar su empleo, debido a esto, ninguno de los dos se atrevió a mencionar lo incómodo que resultaba tener que realizar un viaje imprevisto. Habían pasado la primera prueba al aceptar con sumisión cumplir la voluntad de los poderosos. A pesar de todo eso, Matías optó por intentar relajarse. Centró sus pensamientos en las ventajas de un viaje gratis, de sus primeras notas firmadas y de las cosas que podría comprar sí le duplicaban el sueldo.
   Esa noche, mientras iba en el colectivo que lo llevaba a su casa, buscó en Google desde su celular y encontró algunas imágenes del lugar al que lo habían asignado. Se trataba de un municipio del departamento de Ñorquín, situado al Noroeste de la provincia de Neuquén, que tenía poquísimos habitantes y un paisaje precioso. Estaba construido en torno a un volcán activo, rodeado de lagos, bosques y montañas. Reflexionó con preocupación que a menos que el volcán entrase en actividad, tenía muy pocas posibilidades de conseguir redactar algunas noticias relevantes.
   No podía negar que la idea de viajar y de conocer las montañas lo emocionaba un poco. Se preguntó si podría conocer la nieve en esa época del año. En Capital no nevaba y si alguna vez había ido de vacaciones a las montañas, había sido cuando era demasiado pequeño como para recordarlo.  
   Su madre lo ayudó a armar la valija, sin dejar de despotricar en contra de su trabajo explotador y de recriminarle que lo mejor sería que buscase alguno mejor. En el fondo, sabía que tenía razón, pero su pequeño sueldo le había permitido darse lujos que nunca antes se había podido costear y conocer el mundo era un sueño que hasta ese momento ignoraba poseer.
   El día de la partida llegó junto con una tormenta de verano y Matías se preguntó si el vuelo se retrasaría a causa del mal tiempo. Afortunadamente, no fue así.
   Le habían dado un presupuesto ajustado para que pudiese gastar por día, por lo que desistió de la idea de tomar un café mientras aguardaba en el aeropuerto. También, le habían dado los pasajes de ida y vuelta y la dirección del hotel en donde se hospedaría y comería tres comidas al día.
   La idea de viajar en avión por primera vez lo ponía un poco nervioso. Lamentaba que el fotógrafo pasante, que compartiría habitación con él y con quien cubriría las notas no pudiera llegar hasta el día siguiente.
   Después de un primer momento aterrador cuando el avión despegó, el viaje no fue tan malo e incluso resultó ser una experiencia interesante para él. Se entretuvo observando por la ventanilla y luego garabateando en su agenda algunas posibles preguntas para hacerles a los lugareños. El vuelo lo llevó hasta Neuquén, en donde abordó un micro que lo alcanzaría hasta su destino.
   Matías estaba absolutamente fascinado con los paisajes que veía, sin embargo su fascinación se transformó en depresión al darse cuenta que no podría conseguir notas de Interés público que no tuviesen que ver con turismo o gastronomía local. Ese tipo de cosas no eran suficientes para mantener su empleo. Con un poco de envidia, pensó en las buenas entrevistas que podría conseguir Gastón con personajes del momento. Los actores y empresarios teatrales necesitaban de la prensa para promocionar sus espectáculos.
   Mientras el micro avanzaba, creyó ver nieve en las laderas de las montañas. Pero, a medida que ascendían por un sinuoso camino de tierra percibió que se trataba de cenizas volcánicas que se elevaban arremolinadas como fantasmas que danzaban abrazadas por el viento andino. En medio de ese paisaje mágico, una idea descabellada y carente de ética se le presentó súbitamente. ¿Cómo respondería la gente si él sembraba la noticia que necesitaba?
   A su izquierda, se encontraba sentada una mujer mayor que tejía una bufanda con un ganchillo. Fue entonces cuando comenzó con su plan.
   –Disculpe que la moleste señora. Soy periodista de Buenos Aires y me enviaron a cubrir la nota sobre la criatura que se ha visto cerca del volcán Copahue. ¿Podría hacerle algunas preguntas? ¿Usted es de la zona o es turista? –preguntó preparando su libreta para anotar.
   –Sí. Soy de Caviahue. Me llamo Rosalía Morales. Tengo un almacén a unas cuadras del lago. Estuve en Neuquén por una semana visitando a mi hijo. Preguntame lo que quieras saber, querido.
   Matías hizo un esfuerzo sobrehumano por disimular su sonrisa. Rosalía, parecía ser el tipo de persona que se prestaba para la clase de notas que él necesitaba generar.
   –Seguramente, habrá escuchado que unos turistas vieron un extraño ser humanoide, o algo así. Además, hubo informes sobre la desaparición de algunos animales domésticos y escuché que por las noches hay sonidos extraños viniendo del monte.
   Un señor con barba descuidada que estaba sentado en el asiento de adelante se incorporó y giró hacia Matías interrumpiendo la conversación.
   –Mi gato desapareció hace menos de un mes y él nunca salió más allá del patio de casa. Es verdad que por las noches se escuchan cosas –dijo con el semblante completamente serio.
   Matías lo observó por unos segundos para asegurarse de que no se trataba de una broma, pero el hombre parecía honesto y mantenía el ceño levemente fruncido.
   –¿Me podría decir su nombre? y si es posible, ¿dónde ubicarlo para poder hacerle una entrevista? Además, me gustaría que tengan mi número para que me avisen sobre cualquier cosa que vean o alguien les cuente con respecto a la criatura. Voy a estar hospedado en el Hotel Ruca.
   Durante el viaje intercambió datos con las personas que se encontraban a su alrededor. Todo el mundo buscaba salir del anonimato y nada mejor que un periodista de Capital para conseguirlo. Pensó que la semilla que acababa de sembrar estaría germinando para cuando el fotógrafo llegase al día siguiente y nadie sospecharía que se trataba de una jugada astuta y poco honesta de su parte. No podía competir con el físico perfecto y los ojos color cielo de Gastón, pero si tenía suerte su humanoide asesino de animales vencería a su competidor.
  Al llegar a Caviahue se dio cuenta de que él se había convertido en una celebridad. Muchas personas lo saludaron, incluso algunas con las que no había hablado. Todos en el micro habían escuchado la conversación y podía estar casi seguro de que expandirían el rumor.
   Aprovechó su primer día en el lugar para conocer la Cascada del Río Agrio y conversar con algunos lugareños y turistas. Una pareja que estaba de luna de miel le sugirió que quizás, los mapuches podrían saber algo sobre aquella criatura de la cual se estaba hablando en el pueblo. Lo más sorprendente fue que ellos fuesen quienes lo buscaron a él para darle el consejo y que supieran quien era.
   Al día siguiente, mientras estaba escribiendo en su notebook un pequeño reportaje que le había hecho a uno de los habitantes de la villa, llegó  el fotógrafo pasante.
   –Es buenísimo que nos hallan asignado aquí. Me dijeron que hay un monstruo o algo así. Se ve que Viviana sabe donde hay notas taquilleras –dijo sin saludar ni presentarse, tirando la valija sobre una de las camas –. Perdón, yo soy Rodrigo y vos tenés que ser Matías –agregó soltando una carcajada contagiosa.
   Matías le comentó que ya tenía la primera nota escrita y que después de enviarla por e-mail podrían ir a comer. Le propuso que más tarde saliesen a capturar imágenes e información al monte o a la Reserva Mapuche. Obviamente, no mencionó que había sido él mismo quien comenzó los rumores y que por eso tenían la primicia.
    Dos hombres interrumpieron su almuerzo súbitamente. Querían llevarlos de inmediato a ver indicios de la criatura. Los jóvenes inmediatamente se pusieron de pie y los siguieron hasta una camioneta polvorienta. Los cuatro viajaron a través de un angosto camino de cornisa llegando hasta un páramo soleado en donde solamente había una cabra sin cabeza a la que Rodrigo inmortalizó en numerosas fotos. Mientras tanto, Matías entrevistó a los lugareños que la habían encontrado quienes dieron sus hipótesis acerca de la criatura a la que habían comenzado a llamar Compallhue. Estaba completamente emocionado, el pequeño monstruo por él inventado ya había adquirido un nombre.
   Poco después de enviar una segunda nota con las fotos, llegó una felicitación para ambos y la notificación de que finalmente su trabajo aparecería publicado firmado por él en la edición de esa semana.
   En el hall del hotel, el gerente les comunicó que alguien les había dejado un mensaje para que fueran lo antes posible a la cascada. Inmediatamente se pusieron en marcha.
   Matías pensó que simplemente las fotografías del paisaje del arroyo que recorría un camino con piedras violáceas y amarillas hubiese sido meritorio de una publicación, pero no por esto ellos habían sido convocados a ese lugar. Dos hombres se encontraban en cuclillas detrás de un tronco. Les hicieron señales para que se acercasen sin hacer ruido y miraran a lo alto del volcán.
   Matías no podía dar mérito de lo que veían sus ojos. En lo alto del cerro, cubierto por la niebla, un ser casi humano, con pálido pelaje que cubría todo su cuerpo, los observaba desde lejos. Rodrigo fascinado comenzó a fotografiarlo. Se quedaron extasiados mirando a la magnífica criatura hasta que la niebla la hizo invisible.
   Todos se quedaron en silencio, mirándose unos a otros entre fascinados y atónitos.
   Matías nunca supo explicar la extraña aparición de la criatura a la que todos conocerían como Compallhue. Quizás, su deseo de encontrar una noticia como esa había generado a ese ser o tal vez, se trataba de algún plan de los lugareños para atraer el turismo. Pero, de lo que sí estaba seguro era que su trabajo y el de su compañero estarían asegurados.
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

martes, 14 de noviembre de 2017

EL SUEÑO INTERPRETADO


   Una densa mata de humo blanco y el aroma a tabaco concentrado inundaban el pequeño consultorio de la doctora Noemí Cifuentes. Había fracasado en numerosos intentos de terminar con su vicio y finalmente lo había aceptado como una parte de ella.

   En tan sólo dos años podría jubilarse y se dedicaría a publicar alguna de los tantos ensayos y novelas sobre psicoanálisis que había escrito a lo largo de su vida. Hasta entonces, sus días trascurrían de lunes a viernes, escuchando los problemas de sus frustrados o deprimidos pacientes.

   Alguna vez, había disfrutado de sus fines de semana junto a sus dos hijas y su esposo. Tras la muerte de su marido y con sus hijas en el extranjero, su principal entretenimiento era desgravar las historias de vida que le confiaban. Utilizaba aquello que escuchaba para escribir. Mezclaba los relatos entre ellos, los modificaba y los decoraba un poco para que resultasen más interesantes. No había nada de malo en eso, después de todo, hasta el mismo Freud había publicado la vida privada de sus pacientes, cambiando sus nombres para proteger de esa manera su identidad.

   Había estado escuchando antiguas grabaciones durante casi todo el sábado y rescatando pequeñas frases y fragmentos de sueños o vivencias que apuntaba en el Word de la netbook que su hija mayor le había regalado para navidad. Desde entonces, no imaginaba sus días sin tener acceso a toda la información que necesitaba a tan sólo un click de distancia.

    Las palabras de un paciente al que no atendía desde hacía más de un año estaban siendo reproducidas en ese momento. Se trataba de la voz de Augusto Mesara quien era una de esas personas a las que ella denominaba un soñador. Le pagó durante meses una costosa consulta semanal, tan sólo para que ella lo ayudara a interpretar sus sueños. Siempre era lo mismo, se veía a sí mismo ejerciendo violencia de las maneras más atroces contra algún niño indefenso. Cuando estaba despierto, Augusto era una persona tranquila con un trastorno obsesivo compulsivo por el orden. Estaba casado con una mujer seis años mayor que él. Sus sueños habían terminado por revelar que tenía un deseo homosexual reprimido que manifestaba con una pulsión sádica mientras dormía.

   A lo largo de sus cuarenta años como psicóloga, había escuchado todo tipo de confesiones atroces, pero no había percibido en Augusto ningún peligro potencial para nadie. Sus sueños eran violentos, sin embargo el muro de represión que él mismo había forjado en su mente habría sido muy difícil de derribar. Al menos, eso había creído Noemí durante el tiempo en que lo había atendido.

   Un escalofrío se extendió desde su nunca por todo su cuerpo. El relato del sueño del paciente coincidía en su totalidad con una escabrosa noticia que los medios de comunicación se habían encargado de hacer viral. La estaban reproduciendo una y otra vez en todos los canales desde que el crimen había ocurrido hacía un par de semanas. La morbosidad era rentable para los programas de noticias que no se guardaban ningún detalle con respecto al caso del niño de diez años asfixiado hasta la muerte con un oso de felpa. El pequeño había sido encontrado vestido como una muñeca de porcelana y llevando el juguete con el que habían causado su muerte entre los brazos. La descripción del vestido e incluso del muñeco coincidían con los del sueño de Mesara.

   Noemí se quedó sentada frente a la pantalla del ordenador escuchando horrorizada, una y otra vez, el preludio del homicidio. Se debatía internamente y no estaba segura si debía llamar o no a la policía. Augusto no parecía una persona violenta, sin embargo el crimen había sucedido tal cual lo había relatado un año antes de que ocurriese. ¿Podía haberse equivocado tanto con el diagnóstico? Quizás, él había comentado su sueño con alguien más. La terapeuta se preguntó cómo podía haber olvidado lo relatado por su antiguo paciente.
   Noemí sabía que lo correcto sería mostrar las grabaciones en la comisaría, sin embargo consideraba que Augusto no podía ser el autor material del homicidio. Ella nunca se equivocaba, no después de tantos años de experiencia.

   Buscó en su bolso y tomó su celular. Aún conservaba entre su lista de contactos el número de Augusto. Meditó por un instante y finalmente optó por llamarlo para concretar una cita en algún lugar público, con el objeto de sugerirle que hablase con la policía. Ella no creía que él pudiese haber cometido el crimen, pero quizás, había sido alguien de su entorno. Él escuchó su teoría e interrumpió la llamada. Intentó comunicarse nuevamente, pero se dio cuenta que él había bloqueado su número.

   Encendió un cigarrillo para poder aclarar sus ideas. Sabía que tenía que comunicarse con la policía. La negativa de Augusto de hablar de la situación, no hacía más que inculparlo.
   Las horas pasaban más rápidamente de lo que hubiese deseado. Al primer cigarrillo le siguieron otros y varias tazas de café. Se había hecho de noche y no había encontrado el valor para ir a la comisaría a denunciar que quizás, uno de sus antiguos pacientes era un criminal. Se preguntó que pensarían sus colegas de ella al haber omitido la peligrosidad de Augusto Mesara.
   El sonido del portero eléctrico la arrancó súbitamente de sus pensamientos. Eran dos oficiales quienes querían subir para hablar con ella sobre Mesara. Una sensación de alivio recorrió todo su cuerpo. Quizás, Augusto había optado por entregarse.
   Dejó pasar a los policías y se ofreció a mostrarles las grabaciones. Ellos cortésmente le dijeron que tenían una orden de registro para ver si encontraban algo relevante. Ante cualquier duda consultarían con ella.
   Noemí se quedó sentada en su sofá mientras los hombres revisaban todo lo que había en su consultorio. Finalmente, uno de ellos la llamó.
   —¿Qué tiene en estos sobres cerrados? —preguntó el policía.
   —Nada importante. Los dientes de leche de mis hijas, cartas de mi marido y flores secas —respondió ella despreocupadamente y volvió a sugerir que escuchasen el audio.
   Una vez más, no siguieron su sugerencia y uno de ellos continuó revisando cajones mientras el otro abría los sobres. La sorpresa de Noemí fue inmensa cuando el oficial comenzó a encontrar objetos que ella no recordaba haber guardado en esos sobres cerrados. Un encendedor, un llavero, recortes de periódicos y lo que supuso que eran canicas blancas.
   —Estos son los ojos del oso de felpa que encontramos en la escena del crimen. Los medios nunca tuvieron esta información —.El hombre clavó sus ojos fríos y acusadores en los de ella —Apenas se hizo público el caso, el señor Mesara nos informó que él había tenido un sueño casi idéntico a lo sucedido en el crimen. Verificamos su coartada. En ese momento había tenido un accidente y estaba internado, pero sospechaba que alguien de su entorno podía haber cometido el homicidio. No recordaba haberle contado ese sueño específicamente a usted en sus sesiones hasta el llamado de hoy. Noemí Cifuentes, queda usted bajo arresto.
   Ella no entendía lo que estaba sucediendo. Tras un abrir y cerrar de ojos, se encontró en una habitación en la que nunca había estado antes. Detrás de un escritorio, un hombre con gafas la miraba pensativo.
   —¿Dónde estoy? —preguntó con un hilo de voz, sin saber cómo había llegado hasta allí.
   El psiquiatra le dedicó una sonrisa afable a la aterrada mujer—. ¿Cómo quieres que te llame hoy? ¿Sigues siendo Marcos o tendré el placer de conocer a Noemí?
AUTORA: ALEJANDRA ABRAHAM

OBRA GANADORA DE LA CATEGORÍA MEJOR THRILLER TERROR EN MEGUSTAESCRIBIR DE ESPAÑA 2017

Capítulo 30: El poder detrás del poder

Capítulo 30: El poder detrás del poder    Los magos y brujas que integraban el séquito de mi madre se arrodillaron y colocaron sus velas ...